Al saber que soy maestra, la gente suele preguntarme qué enseño, y mi respuesta de que doy clases de primer grado en una escuela primaria generalmente les arranca un ¡ah! tan desabrido, que me gustaría exclamar:
¿En qué sitio, si no alli, me abrazaria un apuesto jovencito y me diría que me quiere?
¿Dónde mas podría atar lazos para el pelo, ajustar cinturones, ver un desfile de modas a diario y, aunque siempre me vista de la misma manera, oir decir que mi vestido es bonito?
¿En que otro lugar tendría el privilegio de menear dientes flojos y de arrancarlos cuando terminan de aflojarse?
¿Dónde podría guiar en la escritura de las primeras letras una manita que quizá algún día escriba un libro o un documento importante? ¿En qué otra parte olvidaría mis penas porque tengo que atender tantas cortaduras, raspones y corazones afligidos?
¿Dónde conservaría el alma joven, si no en medio de un grupo cuya atención es tan efímera que siempre debo tener a mano una caja de sorpresas?
¿Dónde me sentiría tan cerca del creador que en un lugar donde, por un esfuerzo que he hecho, un niño aprende a leer?
¿En que otro sitio derramaría lágrimas porque hay que dar por terminado un año mas de relaciones felices?
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